lunes, 15 de junio de 2015

REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Siglo del Progreso

REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
Siglo del Progreso
La Revolución Industrial produjo un gran cambio en las condiciones tecnológicas, socioeconómicas y culturales, a partir de la mitad del siglo XVIII en Inglaterra y, a principios del XIX, se esparció primero por Bélgica, luego Francia. En un corto lapso de tiempo, la economía rural, basada en el trabajo manual fue reemplazada por una economía urbana, de manufactura por máquinas e industrial.
Solo a partir de la segunda mitad de este siglo XIX, siglo del Progreso, la industrialización llegó a Alemania y se fue expandiendo por el resto de Europa, Estados Unidos y los países colonizados por europeos. Los efectos se sintieron por toda Europa Occidental y América del Norte durante el siglo XIX y eventualmente por todo el planeta. El impacto de este cambio sobre la sociedad ya era enorme y en extremo popular. Hacia 1850, el progreso tecnológico y económico ganó impulso con el desarrollo de barcos a vapor, los ferrocarriles y, bien entrado el siglo XIX, con el motor de combustión interna y la generación de energía eléctrica.
En 1804 Trevithick adaptó la máquina de Watt al transporte y construyó la primera locomotora. En 1825 se abrió el primer ferrocarril, entre Stockton y Darlington, y el ‘Rocket’, con un tren de trece toneladas, alcanzó una velocidad de 66 Km. por hora. A partir de 1830 se multiplicaron los ferrocarriles y para mitad del siglo una red ferroviaria cubría toda Europa.
Este era un cambio repentino en lo que por siempre había sido una condición inalterable de la vida humana, la máxima velocidad de transporte terrestre. Después del descalabro en Rusia, Napoleón viajó desde Vilna a Paría en 13 días. Este fue un viaje de cerca de 2000 Km, y viajando con todas las ventajas concebibles, el promedio fue por debajo de 8 Km. por hora. Un viajero ordinario hubiera necesitado el doble de tiempo. Ésta era la misma velocidad que Julio César empleaba en sus viajes entre la Galia y Roma en el siglo I a.C.
De pronto, un cambio tremendo. El ferrocarril redujo ese viaje a menos de dos días. Es decir, las distancias se acortaron a una décima parte de lo que siempre habían sido. Ahora el alcance económico, político y militar se expandía por diez, como la diferencia entre ir a caballo e ir en tren.
Lo mismo para el viaje marítimo. Aunque el barco a vapor, el Charlotte Dundas, en el Canal de Clyde en 1802, o el Clermont, construido por el estadounidense Fulton, en el río Hudson en 1807, antecedieron al primer vapor que se hizo a la mar, el Phoenix, desde Nueva York a Filadelfia, y al primer vapor en cruzar el Atlántico, el Savannah, en 1819, que además tenía velas. Todos ellos eran barcos impulsados por paletas (paddle wheel) 


Ninguno de estos barcos impulsados por paletas estaba adaptado para navegar por mares bravos. Las paletas se rompen fácilmente y el barco queda a la deriva. El barco de vapor de tornillo le seguiría pero tuvo que superar muchas dificultades para que el tornillo fuera práctico. Solo a mitad del siglo el barco de vapor vino a superar al barco de vela; entonces, la evolución fue rápida. Por primera vez el hombre comenzó a surcar mares y océanos con alguna certeza en cuanto a la fecha de llegada. Cruzar el Atlántico era una aventura incierta de varias semanas – que bien podía convertirse en meses – pero al finalizar el siglo diecinueve, los barcos más rápidos lo hacían en menos de una semana anunciando en la práctica la hora de llegada.
Junto al desarrollo del transporte a vapor sobre mar y tierra, otra increíble maravilla vino a modificar la vida humana, fruto de las investigaciones de Galvani, Volta y Faraday sobre los fenómenos eléctricos. El telégrafo eléctrico se inventó en 1835. El primer cable submarino se tendió en 1851 entre Inglaterra y Francia. En pocos años, el sistema telegráfico se había extendido por todo el mundo civilizado, y las noticias que hasta entonces viajaban lentamente se hicieron instantáneas por todo el planeta.
Así, a mediados del siglo diecinueve, el vapor y el telégrafo fueron los fascinantes inventos revolucionarios que llenaron la imaginación popular como producto de la revolución industrial cuando en realidad eran solo los primeros y vistosos productos de un proceso de transformación mucho más profundo. El conocimiento técnico se desarrollaba con una rapidez extraordinaria, incomparable con la de ninguna época anterior.
Debido a la inferioridad metalúrgica, para utilizar vapor a alta presión, la máquina de vapor no pudo mejorarse antes de aparecer la lámina de acero. Las primeras máquinas parecen piezas de principiantes pero eran todo lo que la ciencia metalúrgica de la época podía hacer. Hubo que esperar hasta 1856 para que el proceso Bessemer apareciera y hasta 1864 para el proceso en horno abierto, en el que puede fundirse acero y cualquier tipo de hierro, purificarlo y fundirlo en forma y tamaño inauditos hasta entonces. Hoy, en el horno eléctrico se ven toneladas de acero incandescente borboteando como agua hirviendo. Nada entre los avances prácticos previos de la humanidad se compara en consecuencias con el manejo completo sobre enormes masas de acero y hierro y sobre su textura y calidad que el hombre ha logrado hoy en día. Ferrocarriles y máquinas de todo tipo son simples triunfos de los nuevos métodos metalúrgicos. Luego vinieron los barcos de hierro y acero, largos puentes, y un nuevo tipo de construcción con acero en una escala gigantesca. Antes del siglo diecinueve no había barcos en el mundo de más de 2 mil toneladas y hoy no hay nada sorprendente en uno de 200 mil. Algunos miran este tipo de progreso como si fuera ‘solo tamaño’, pero ese tipo de burla muestra la limitación intelectual de quienes la practican. El gran barco de acero no es, como imaginan, una versión grande del barco pequeño o edificio del pasado, es algo diferente en naturaleza, más liviano y fuerte, de material más fino y resistente, y en lugar de ser el resultado de la tradición y la pericia, es producto del cálculo sutil e intricado. En el barco o edificio antiguo, dominaba el material, cuyas formas y caprichos deben obedecerse sumisamente mientras en el nuevo, la materia se ha capturado, dominado y domesticado. Piense en el carbón y el hierro y la arena que se han extraído de minas y bancos, se han fundido, forjado y moldeado, y convertido en un rascacielos delgado de resplandeciente vidrio y acero, 300 metros por encima de la torre de la catedral.
En forma paralela con la extensión de posibilidades mecánicas, la ciencia del electromagnetismo creció. Fue solo en los siglos dieciocho y diecinueve comenzó a producir resultados que impresionaron la mente del vulgo. De repente llegó la luz eléctrica y el motor eléctrico y la transformación de la energía, la posibilidad de transmitir la electricidad por cables de cobre, como agua por entre un tubo, cambiarla en movimiento mecánico o luz o calor según voluntad, y comenzó a penetrar en la idea de la gente del común.
Los británicos y franceses fueron los que lideraron esta gran proliferación de conocimiento, pero luego, a finales del siglo diecinueve fueron los alemanes, a los que llegó la Ilustración con los cañones napoleónicos, y una vez lograron su unificación, dedicaron tal celo y pertinacia a la investigación científica que sobrepasaron a sus rivales. La ciencia británica fue en gran parte la creación de la Ilustración y los escoceses que trabajaron por fuera de los centros ordinarios de erudición. Las universidades británicas estaban por entonces en un estado de regresión educativa, dedicadas sobre todo al conocimiento pedante de los clásicos griegos y latinos. La educación francesa, también, dominada por la tradición clásica de la escuela jesuítica, y en consecuencia no fue difícil par los alemanes superarlos con un cuerpo organizado de investigadores, pequeño en comparación con las posibilidades del caso, pero grande en proporción al puñado de inventores y experimentalistas británicos y franceses. Al final del siglo diecinueve el científico alemán había creado la necesidad de saber alemán para todo estudiante que quisiera mantenerse al día con los últimos avances en su campo, y en ciertas ramas del conocimiento, especialmente en química, Alemania logró gran superioridad sobre sus vecinos.
Una nueva fase en la historia de la invención se abrió cuando en los ochenta se conoció un nuevo tipo de máquina, en la que una fuerza expansiva producto de una mezcla explosiva remplazó la fuerza del vapor. Los motores livianos y muy eficientes hicieron posible el automóvil y alcanzaron un punto de liviandad y eficiencia que harían posible volar, lo que ya se sabía. Una máquina voladora, no suficientemente grande para llevar a una persona, la creó el profesor Langley del Instituto Smithsoniano de Washington en 1897. Para 1909 el aeroplano hizo posible la locomoción aérea. La velocidad alcanzada por ferrocarriles y automóviles fue ampliamente superada. La tierra se encogía. A finales del siglo dieciocho la distancia de Londres a Melbourne, al otro lado de la Tierra, ahora podía hacerse en ocho días. La reducción del tiempo en cubrir distancias de un lugar a otro no debe considerarse el principal logro. Solo es un aspecto de un aumento más profundo e importante de las posibilidades humanas. La ciencia de la agricultura y la química agrícola, por ejemplo, conquistó logros más impresionantes. La tierra fertilizada produjo cuatro y cinco veces más cosecha que la misma área en el siglo diecisiete. Avances aún más asombrosos se produjeron en la ciencia médica, aumentó la duración promedia de vida, disminuyó la mortandad por enfermedad.
Igual que en el siglo de la Razón, en este siglo del Progreso se presentan los adelantos en las distintas áreas del conocimiento de la naturaleza, tanto en las ciencias naturales, termodinámica, química, biología, como en el inicio de las ciencias sociales. Estos impresionantes logros científicos, que se produjeron en forma aislada de la vida política y económica, por un puñado de espíritus libres, llevaron a pensar que la mecánica newtoniana había triunfado, que ya no quedaban fronteras por explorar y que el papel del investigador del futuro se limitaba a refinar uno que otro dato o a completar uno que otro aspecto de los fenómenos de la naturaleza. Sin embargo, la historia iba a cambiar muy pronto. Desde el campo de la física, se presentó la catástrofe ultravioleta.
1804 – 1860: La hipótesis atómica
1804 – 1832: Electrólisis
1800 – 1850: Termodinámica, Primera Ley
1825 – 1885: Termodinámica, Segunda Ley
1820 – 1888: Electromagnetismo
1850 – 1900: La Ley de Leyes: la Tabla Periódica
1854 – 1900: Síntesis química
1800 – 1890: Evolución
1800 – 1900: Dialéctica, del romanticismo al marxismo
1890 – 1900: Catástrofe ultravioleta
El Avance de la Revolución Industrial: 1830-1875
1840: Samuel Cunard inicia servicio de vapor transatlántico.
1856: Henry Bessemer desarrolla el convertidor Bessemer.
1859: Se perfora el primer pozo de petróleo comercial en Pennsylvania.
1866: Los hermanos Siemens mejoran la producción de acero al desarrollar el
horno de chimenea abierta.
La Segunda Revolución Industrial: Electricidad y Química: 1875-1905
1836: Samuel F. B. Morse inventa el telégrafo.
1866: Cyrus Field tiende el primer cable trasatlántico exitoso.
1876: Alexander Graham Bell inventa el teléfono.
1879: Thomas Edison inventa el bombillo incandescente.
1892: Rudolf Diesel patenta el motor diesel.
1899: Guglielmo Marconi inventa el telégrafo inalámbrico.
1903: Los Hermanos Wright construyen el primer aeroplano que vuela con éxito. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario